Introducción
Markinez es uno de esos lugares que aglutinan innumerables capas de historia entre sus muros y sus calles. Se encuentra situado en un entorno natural esculpido por la naturaleza y la mano humana que nos habla de la existencia de asentamientos desde tiempos inmemoriales. En Markinez conviven los palacios blasonados de época moderna con las cuevas artificiales excavadas hace milenios. Su historia documentada, sin embargo, se inicia con el documento de la Reja de San Millán (1025), donde se citan dos pueblos: Marquina de Suso y Marquina de Yuso. En 1256 se recoge por el contrario la referencia única a Marquiniç, por lo que es probable que desde muy pronto se concentrase la población en el lugar en el que hoy en día se halla. Durante varios siglos la villa perteneció al señorío de los Condes de Salinas, hasta que en 1557 lo transfirieron a Diego de Álava y Esquível, un importante alavés que fue obispo de las sedes de Astorga, Ávila y Córdoba, además de ostentar otros importantes cargos como caballero de la Orden de Calatrava, y que recibió su sepultura en la iglesia de San Pedro de Vitoria-Gasteiz. En 1757 la villa pudo independizarse del señorío ejercido por la Casa Álava y pasó a depender de la realeza, como queda reflejado en las armas reales del escudo ubicado en la casa consistorial.
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La peña del Castillo
A escasos metros de la ermita de San Juan de Markinez se sitúa la Peña del Castillo. Se trata de un conjunto rocoso intervenido por el ser humano que tuvo usos defensivos durante la Edad Media. Los estudios arqueológicos realizados en el lugar han determinado que el emplazamiento estuvo en uso desde la segunda mitad del siglo X hasta el siglo XIV. Como curiosidad, en las excavaciones realizadas se hallaron monedas de Alfonso I el batallador (rey de Aragón y de Pamplona entre 1104-1134). En la parte inferior se aprecia la existencia de un aljibe para el almacenamiento del agua, un foso y estancias excavadas en la roca que dejan ver unos huecos o mechinales, lo que indica que debió tener una cubierta de madera. En la parte superior de la roca aún se intuyen tres estructuras: un vestíbulo, una estancia rectangular y la torre. Todo el conjunto debió contar con importantes construcciones de madera a su alrededor a modo de cadalsos, pero nada de todo esto nos ha llegado hasta nuestros días por su temprano abandono.
Fotografías antiguas
La importancia artística de la ermita de San Juan captó el interés de los pioneros en el estudio del románico alavés. Así, en un temprano artículo de principios del siglo XX, Federico Baraibar publicaba unas fotografías realizadas por Lorenzo Elorza que podemos considerar como las más antiguas conservadas a día de hoy. Décadas después, Gerardo López de Guereñu también fotografió el templo, legándonos una importante colección tanto del exterior como del interior. Podemos apreciar cómo las paredes estuvieron encaladas, la cabecera decorada con pinturas tardías (probablemente ocultando otras más antiguas) y aún conservaba un sencillo retablo compuesto por piezas de procedencias variadas.
La ermita
Exterior
La ermita de San Juan es un edificio de una sola nave con la cabecera semicircular, que ha llegado hasta nuestros días en un buen estado de conservación. Salvo buena parte de los muros norte y oeste, que se levantaron con posterioridad, el resto del edificio ha conservado íntegro el aspecto original. Una de las peculiaridades de esta ermita es que conserva la inscripción con la fecha de consagración, algo poco habitual en la región. Esta es la transcripción que nos ofrece Federico Baraibar traducida:
La construcción de este templo se hizo el día noveno de las kalendas de diciembre del año de gracia 1226, siendo Juan Pérez Obispo de Calahorra, reinando en Castilla el Rey Fernando, y siendo M(artín) Arcediano de Armentia, Fortunio de Marquíniz Arcipreste en Treoiño, y García de Pangua maestro en Armentia. Para que los que vean esta inscripción rueguen por el alma del Obispo en particular y por todos los bienhechores de este templo.
Esta inscripción alude al momento en el que la ermita fue consagrada por el obispo calagurritano Juan Pérez, pero no ofrece más datos sobre la fecha de su construcción, que muy probablemente sea algo anterior.
El exterior del templo refleja a la perfección los volúmenes que lo componen. La cabecera es semicircular y se une a un presbiterio un poco más ancho, que en su exterior se articula a través de una gran columna adosada a modo de sutil contrafuerte. Este espacio se ilumina con un gran ventanal formado por tres arquivoltas más un sobrearco. Los capiteles, así como la segunda arquivolta, están decorados con hojas de acanto ricamente talladas, mientras que el sobrearco está recorrido por una sucesión de besantes. La ventana que ilumina el primer tramo de la nave es muy similar, aunque en este caso sus tres arquivoltas son baquetonadas.
Llegamos así a la portada, donde nos encontramos una fabulosa obra concebida a modo de arco de triunfo. Tanto los ventanales como la portada, así como el resto de detalles decorativos, están creados por un mismo taller, dando al conjunto un sentido de unidad que no es tan habitual en el románico alavés.
La portada está compuesta por siete arquivoltas concebidas de un modo variado y heterogéneo que, a su vez, descansan sobre capiteles de diversos tamaños. Pero nada de lo que vemos está improvisado, todo responde a una planificación constructiva exquisita. Las arquivoltas baquetonadas, de menor tamaño, se alternan con otras en las que aparecen más hojas de acanto y una rica cadeneta que rodea a unas formas ovaladas con aspecto escamado.
Tanto los motivos de las arquivoltas como la concepción de los capiteles, de los que emergen rostros de tamaños diversos, recuerdan mucho a los talleres que trabajaron en la portada sur de Estíbaliz.
Merece la pena también echar un vistazo al ventanal geminado que se abre en el hastial occidental. Aquí, a diferencia del resto del conjunto, nos encontramos con una realizada por un taller distinto y de cronología algo posterior. Los capiteles son corridos y muestran rostros y formas vegetales esculpidos con sencillez, lejos del virtuosismo de quienes trabajaron en las obras que hemos visto en el muro sur.
El interior
El interior es un espacio de gran sencillez. La nave del templo está dividida en tres tramos por medio de dos arcos fajones, desembocando en un presbiterio más estrecho y de menor altura que se cierra con la cuenta absidial. La desnudez de las paredes nos permite adivinar problemas o fases constructivas. Tanto el muro norte como la propia bóveda de horno apuntada parecen obras tardías. Es difícil saber si responde a un derrumbe propiciado por movimientos del terreno o simplemente se llevaron a cabo con posterioridad y por obra de un taller mucho menos hábil.
Los capiteles y arquivoltas de los ventanales tienen un menor despliegue arquitectónico y decorativo comparado con lo visto en el exterior y no sería extraño pensar que todo ello formaría parte de un plan en el que estuviera contemplado el acabado pictórico, hoy totalmente desaparecido.
En la zona ya presbiterial se conservan dos credencias, una a cada lado, abiertas bajo la línea de imposta ajedrezada que recorre toda la cabecera. Como suele ser habitual, están formadas por un doble arco apoyado en un capitel, en este caso decorado con hojas vegetales que forman una voluta.
LOCALIZACIÓN
Créditos fotográficos:
De las fotografías actuales: © Ondare Irekia | Patrimonio Abierto
De las fotografías antiguas: Archivo del Territorio Histórico de Álava